INTRODUCCIÓN

En este vídeo descubrirás el origen oscuro del sistema educativo y cómo fue diseñado por las élites para adoctrinar, manipular y fabricar obedientes trabajadores.

Desde Prusia hasta Rockefeller, entenderás cómo convirtieron la educación en una herramienta de control masivo y en uno de los negocios más rentables de la historia. Esta no es una teoría: son hechos históricos que te abrirán los ojos. Si alguna vez sentiste que algo no cuadraba… esto lo explica todo.

 

TRANSCRIPCIÓN

Para empezar, nos tenemos que remontar más de dos siglos atrás, a la fecha que lo cambiaría todo: 14 de octubre de 1806. Ese día, el imperio prusiano cayó ante Napoleón en la batalla de Jena. Una batalla que seguramente el 99 % de las personas nunca jamás haya escuchado, pero que probablemente sea uno de los momentos más trascendentales e influyentes para la sociedad de hoy en día.

El resultado de la batalla fue absolutamente devastador. Prusia perdió la mitad de su territorio. Se perdieron miles de vidas, y el imperio quedó totalmente endeudado.

Pero lo más importante es que aquel día sus líderes se dieron cuenta de algo totalmente clave. La razón de su derrota no fue la falta de valentía ni una desventaja armamentística. La única razón fue que, en el campo de batalla, los soldados prusianos pensaban por sí mismos.

Sí, así como lo escucháis. A diferencia de los soldados prusianos, las tropas napoleónicas seguían las órdenes de sus generales a rajatabla y sin cuestionarlas. Actuaban como auténticas máquinas de guerra, y eso los hacía prácticamente invencibles.

A partir de ese momento, los prusianos tenían claro que, si querían evitar otra humillación como esa, necesitaban crear un ejército que no cuestionara las órdenes de los generales y para el que la obediencia fuera el principio fundamental de su formación.

Fue entonces cuando decidieron destinar gran parte de sus recursos, tanto económicos como intelectuales, a diseñar un sistema educativo que adoctrinara a los niños desde pequeñitos, inculcándoles obediencia y respeto ciego por la autoridad. Así nació lo que hoy conocemos como el modelo prusiano: un sistema diseñado para reprimir el pensamiento individual.

Las escuelas prusianas tenían una misión muy, pero que muy clara: enseñar lo justo y necesario para que los futuros soldados y trabajadores fueran útiles, pero no tanto como para que se convirtieran en personas críticas y con ciertos grados de libertad.

En Prusia, someter a los adultos era ya difícil, pero con los niños lo tenían fácil. Bastaba con que pasaran la mayor parte de su tiempo en escuelas en donde los volverían o los convertirían en entes sumisos sin ninguna dificultad. Este fue el origen del método de condicionamiento. La curiosidad natural de los niños sería sacrificada en nombre de la disciplina ciega, el orden, el miedo y el respeto por la autoridad.

El ideólogo principal de este modelo, Johan Gottlieb Fichte, no solamente desarrolló la filosofía detrás del sistema educativo prusiano, sino que además también diseñó el método para lograr sus objetivos.

El método consistía en lo siguiente:

  1. Elegir cuidadosamente las materias que los estudiantes iban a aprender, decidiendo lo que debían pensar y por cuánto tiempo. Esto reemplazó totalmente la curiosidad natural y los talentos individuales con un currículum totalmente estandarizado.
  2. Establecer libros de texto que mostraban las versiones de la historia y la filosofía más convenientes para los intereses del Estado o del contexto político y social del momento.
  3. Pruebas estandarizadas, donde las respuestas “correctas” eran aquellas que el sistema quería escuchar. Si un estudiante pensaba por sí mismo o se salía del proceso establecido, era castigado con malas calificaciones, con malas notas.
  4. Castigos físicos o psicológicos a los niños que se comportaran mal, llenando su cabeza de miedos. Miedo al fracaso, miedo a repetir el curso, bullying y miedo a las consecuencias físicas o psicológicas por parte de sus compañeros, de sus profesores o incluso de sus padres.

 

Todo estaba perfectamente diseñado para imponer disciplina y obediencia. Los niños necesitaban pedir permiso para hablar, para beber agua o incluso ir al baño. Además, deliberadamente diseñaron las escuelas para que se asemejaran a prisiones: filas de asientos ordenadas, campanas que señalaban el inicio y el fin de las clases, horarios estrictos y clases separadas por edades, y un maestro al frente dictando, con mínima interacción.

Y mira por dónde: funcionó. En pocos años, esos niños se convirtieron en jóvenes soldados que aceptaban las órdenes del Estado prusiano y de sus generales sin rechistar. Fichte despreciaba abiertamente el libre albedrío. En sus escritos defendía la necesidad que tenían los gobiernos de erradicar esa libertad para poder controlar a la población sin recurrir a la fuerza, es decir, sin depender de policías, cárceles, ejércitos o castigos inhumanos.

Y, por increíble que parezca, muchas de las problemáticas modernas, como, por ejemplo, la frustración en el trabajo, la depresión y la ansiedad, tienen sus raíces aquí. Hoy en día es totalmente normal que, por mucho que se empeñe un ser humano por cambiar su vida haciendo cambios, no lo consiga de ninguna manera, porque acaba cayendo siempre en los mismos errores y en los mismos patrones.

Y esto aplica también para quienes dejaron la universidad o abandonaron los estudios. Ellos tampoco se libran. Aunque estén fuera de las aulas, han absorbido dogmas y pensamientos limitantes desde la infancia, y es bastante probable que la mayoría acabe atrapado en un ciclo de conformismo, aceptando quizás el primer empleo que les prometa un sueldo estable o construyendo negocios que, en vez de trabajar para ellos, se conviertan en un autoempleo.

Para Fichte, el libre albedrío era el gran enemigo del Estado, y tanto el Estado prusiano como, posteriormente, otros gobiernos occidentales entendieron que anular esa voluntad era absolutamente clave para poder mantener el orden.

De hecho, Johan Gottlieb Fichte también fue una gran influencia para el ascenso del Tercer Reich. En discursos públicos, defendió la superioridad de la nación alemana por encima de todo. Y, décadas después, estas ideas influenciaron profundamente al régimen nazi, que utilizó el modelo prusiano para adoctrinar a la juventud alemana. Los alemanes fueron criados desde la infancia para obedecer sin cuestionar, gracias al sistema educativo basado en las ideas de Fichte.

Lo más inquietante es que el sistema educativo que utilizamos hoy en día en Occidente está basado totalmente en este modelo. Entonces, ¿por qué, en las sociedades democráticas y libres de hoy en día, seguimos utilizando un sistema diseñado para destruir el libre albedrío y servir a regímenes autoritarios? Pues bien, con los años, este modelo cruzó el Atlántico, y es en ese momento cuando entra en el tablero de juego el señor Horace Mann, conocido como el padre de la educación pública estadounidense.

Horace era secretario de la Junta de Educación de Massachusetts, y durante casi toda su carrera enfocó todos sus esfuerzos en la promoción de la educación pública, es decir, educación impartida por el Estado. En 1843 viajó a Prusia y quedó totalmente fascinado con su sistema educativo. Él creía firmemente en la disciplina como vehículo del orden y del bienestar del Estado, y además pensaba que la educación debía ser controlada y financiada en su totalidad por el Estado, como no, a través de los impuestos.

Desde ese momento, la educación se volvió obligatoria, extendiéndose por el país con penas de cárcel para quienes se resistieran a llevar a sus hijos a la escuela. Y en aquella época la gente, por supuesto, no se daría cuenta de cómo utilizaban el buenismo, la equidad y el bien común como excusa para imponer una agenda que perjudicaba al ser humano y que, además, tú mismo pagabas con tus impuestos.

Un engaño de proporciones monumentales que a todo el mundo le gustó, y todo el mundo aplaudió. Nadie se preguntaba el por qué, si es que era tan bueno, te metían en la cárcel si no lo cumplías.

La ironía de todo esto es que ni los propios profesores sabían que formaban parte de este engranaje de adoctrinamiento. Ellos creían que simplemente hacían el bien con su trabajo, y que el sistema funcionaba de forma correcta, porque al final lo que pasaba es que permitía a millones de niños, de cualquier condición, acceder a la educación, lo que les ofrecía nuevas oportunidades de escalar socialmente. Un bonito objetivo pintado de rosa que todo el mundo compró.

Pero, en realidad, perpetuaban un sistema diseñado para reprimir la voluntad, la libertad y anular el pensamiento crítico. Los prusianos ya habían demostrado el poder de su fórmula para moldear el carácter de toda una nación.

Estados Unidos, y paulatinamente todos los gobiernos occidentales, sin detenerse a cuestionar sus implicaciones, adoptaron con mucho entusiasmo este modelo. El resultado es evidente: generación tras generación, criada bajo la creencia de que obedecer es una virtud y el pensamiento crítico y cuestionar la autoridad, poco menos que un pecado.

Si fuiste a la escuela en los Estados Unidos, Canadá, España, Sudamérica o cualquier país europeo, tienes que saber que fuiste adoctrinado a través del sistema prusiano. Y, si ese es el caso, necesitas entender cómo este sistema te ha impactado en el pasado y lo que sigue haciendo contigo hoy.

Bien, y ahora que ya hemos entendido los orígenes más primitivos de nuestro sistema educativo actual, tenemos que dar un salto de aproximadamente medio siglo para que podamos ver cómo se siguen conectando todos los acontecimientos hasta hoy, y que nada ocurre por casualidad.

Y ahora viajamos al 15 de enero de 1902. Esa tarde, en la mansión de los Rockefeller en Manhattan, se gestó una reunión que también cambiaría la historia. Allí, John D. Rockefeller, acompañado de abogados, políticos, banqueros y burócratas, firmó el acta de fundación de un consejo que se llamaría, de forma totalmente engañosa, el General Education Board, o Consejo General de Educación. A priori, sonaba como una iniciativa muy, pero que muy noble.

Los hombres allí reunidos querían promover la educación sin distinción de raza, sexo o credo. Querían una educación garantista, es decir, que garantizara oportunidades a todos los niños y jóvenes del país. Pero la realidad era otra. El nombre pretendía sonar oficial, como si fuera parte del gobierno, para que nadie osara ponerle freno. Quién se iba a oponer a algo que suena tan políticamente correcto, ¿verdad? Bueno, pues políticos y opinión pública cayeron de lleno en la trampa.

Un ejemplo claro de esta estrategia fue el plan para la creación de escuelas destinadas a la población afroamericana en los estados del sur. El objetivo era proporcionar una educación enfocada en tareas agrícolas, promoviendo así la permanencia en el sur y desalentando siempre la migración hacia los estados más ricos del norte. William H. Baldwin, un peso pesado del ferrocarril y filántropo que estuvo muy involucrado en el desarrollo de este plan, solía decir: «Es un crimen para cualquier maestro, blanco o negro, educar al negro para puestos que no están abiertos a él. Saben que la mayor oportunidad para una vida exitosa se encuentra en el sur, donde ellos nacieron, donde la gente les conoce, les necesita y les tratará mucho mejor que en cualquier otra sección del país».

La jugada del Consejo General de Educación fue tan inteligente que, en 1903, el Congreso de Estados Unidos terminó cediéndoles carta blanca. Pudieron promocionar, expandir y consolidar un programa educativo supuestamente en pro de los más desfavorecidos, mientras forjaban uno de los sistemas de control social y adoctrinamiento más efectivos de la historia.

Hoy todos pensamos en los grandes avances de la sociedad en materia educativa y pensamos que, bueno, pues las escuelas nacieron para igualar las oportunidades de todos los niños y jóvenes, sin importar su situación económica, su raza o su origen.

Pero, si observamos con detalle lo que sucede hoy en día, te empiezas a dar cuenta de que la educación tradicional también se ha convertido en uno de los negocios más rentables de la historia. Durante la revolución industrial, John D. Rockefeller comprendió el potencial de usar ese modelo prusiano para poder formar trabajadores y no ciudadanos pensantes.

En aquella época, las fábricas estaban creciendo, y la necesidad de obreros obedientes, disciplinados y que se limitaran a seguir las órdenes se había disparado. Rockefeller, en realidad, había encontrado su mina de oro: financiar escuelas, institutos y universidades que tuvieran dos funciones principales:

  1. Formar desde la infancia trabajadores obedientes, sumisos y sin pensamiento crítico, cuyo único objetivo en la vida fuese encontrar un empleo, endeudarse, pagar impuestos, ir a la guerra y dar la vida por la patria si fuera necesario.
  2. Promover el discurso de que la única forma de “triunfar” en la vida era a través de la educación, siguiendo su currículum educativo y aceptando un trabajo en la industria que él y sus socios controlaban.

 

Y, por si esto fuera poco, además lo hacían cobrando por esa educación grandísimas sumas de dinero que la gente, obviamente, no tenía, forzándoles a endeudarse con los propios bancos que ellos también controlaban. Una verdadera jugada maestra que cerraba el círculo de manipulación y explotación de las masas.

Rockefeller no solamente quería trabajadores obedientes, aceptando su sistema educativo, sino que también quería que aceptaran el trabajo como el único camino hacia la libertad y el éxito.

Frederick Gates, asesor cercano de Rockefeller, decía siempre: «Para alcanzar nuestra visión, tenemos recursos ilimitados y las personas se moldean con perfecta docilidad. No intentaremos convertirlas en filósofos, científicos, autores o líderes. Solamente queremos trabajadores obedientes». Con este plan, Rockefeller transformó el sistema educativo estadounidense, construyendo miles de escuelas y adoctrinando a generaciones futuras para que aceptaran su educación y el trabajo sumiso como su única opción de éxito.

Bien, ahora quiero que pienses por un momento en esto: ¿te has preguntado alguna vez por qué hay personas que pagan verdaderas fortunas por estudiar en universidades de élite? ¿Por qué los programas de esas universidades cuestan cientos de miles de dólares? ¿Realmente está justificado endeudarse de por vida para entrar en una universidad de este tipo, o incluso una universidad normal?

Hoy en día, el precio de las matrículas universitarias se ha disparado totalmente, pero la gente sigue creyendo que lo mejor es endeudarse para asegurar un futuro. Por supuesto, existen carreras útiles y con proyección de futuro, que te van a poder garantizar una buena vida dentro del sistema, pero la realidad es que, hoy por hoy, la mayoría acaba con títulos inservibles, sin trabajo o con empleos precarios y arrastrando una deuda absolutamente gigantesca.

Como curiosidad, os diré que las tres universidades con los fondos de dotación más grandes de Estados Unidos son:

  1. Universidad de Harvard, con $51.000 millones.
  2. Universidad de Texas $31.000 millones.
  3. Universidad de Yale, también con $31.000 millones.

 

Estos son, obviamente, números aproximados, pero la pregunta que deberíamos hacernos sería: ¿por qué entidades de este tipo cuentan con semejantes fortunas a su disposición? El fondo de Harvard es más grande que el PIB de Bolivia, Paraguay o Serbia. Obviamente, entendemos que tienen que ganar dinero, pero ¿por qué semejantes cantidades para un centro educativo que tiene el objetivo noble —o supuestamente tiene el objetivo noble— de educar a las siguientes generaciones?

Y para que pongáis estos datos todavía más en perspectiva, voy a explicar cuántos estudiantes podrían cursar una carrera de 4 años gratuitamente, considerando un costo de $50.000 por año.

La Universidad de Harvard podría educar gratuitamente a 250.000 personas, la Universidad de Texas a 155.000 y la de Yale lo mismo. En total, unas 560.000 personas podrían estudiar gratuitamente con los fondos de estas tres entidades. Imaginaos si sumamos todas las entidades de Estados Unidos con fondos de dotación.

Aquí, en este canal, no abogamos porque esto ocurra, ni decimos —o estamos diciendo— que las universidades tengan una obligación moral de hacerlo, pero simplemente lo mencionamos para poder poner mejor en perspectiva en lo que se ha convertido el sistema educativo tradicional de hoy en día: un sistema educativo que, teóricamente, debería tener un afán de lucro saludable, pero que se ha convertido en un verdadero gargantúa descontrolado, que no solamente adoctrina, sino que además fuerza a sus estudiantes a endeudarse durante un montón de años, sin garantía alguna de encontrar lo que ellos llaman su Santo Grial: ese trabajo seguro que todos desean.

Y ojo, porque esto no solamente pasa en las universidades en Estados Unidos. Hoy en día, en muchos países de Occidente —por ejemplo, España— ir a una universidad privada promedio requiere una fuerte inversión, que incluso puede llegar a ser superior a los ingresos anuales de una familia. Y, por supuesto, por muy privada que sea, no te vas a librar del adoctrinamiento.

Rockefeller fue un verdadero visionario y su plan nos ha llevado a un punto que quizás él mismo nunca imaginó: un punto distópico en el que no solamente hay que ir a la universidad, sino que, además, si quieres estar bien visto y reconocido, tienes que hacer —o tienes que cursar— un máster o incluso un doctorado. No vaya a ser, no vaya a ser que no sea suficiente.

El objetivo es que pases el máximo tiempo en la rueda de la educación, para que, cuando quieras darte cuenta, tu cerebro ya sea absolutamente incapaz de percibir un mundo diferente al que ellos han creado para ti.

Y cuando digo esto, lo digo con conocimiento de causa, porque yo sufrí el adoctrinamiento elevado a la enésima potencia. De pequeño fui a un colegio religioso donde, bueno, pues solamente había niños, no había niñas. Los edificios eran cuadriculados y sin ningún tipo de belleza exterior. Las aulas tenían una capacidad de 60 niños y formaban filas como si de una cárcel se tratara. Pedíamos permiso para todo y, para entrar y salir de clase, nos formábamos en fila y nos cubríamos como si estuviéramos en el ejército.

Para nosotros, en aquel momento, era totalmente normal. No conocíamos otra cosa, pero sabemos que el ambiente era hostil y estaba enfocado a cortar la creatividad y a fomentar miedos: miedo a suspender, al castigo, a repetir el curso, al qué dirán, etcétera, etcétera. En definitiva, era un lugar donde, si no cumplías, quedabas condenado totalmente al ostracismo.

Solo recuerdo dos cosas verdaderamente positivas de ese periodo: la disciplina, que hasta el día de hoy me acompaña, y unos cuantos grandes amigos.

Posteriormente, estudié ingeniería en una de las mejores universidades en Estados Unidos. Allí continúa el adoctrinamiento y me doy cuenta de la grandísima cantidad de asignaturas basura y de relleno que había todos los años. Probablemente hubiera podido obtener mi título en la mitad del tiempo. Definitivamente me di cuenta de que el objetivo era mantenerme dentro el máximo tiempo posible y conseguir un triple efecto.

En primer lugar, evitar que mi cerebro pudiera pensar por sí solo y floreciera durante los mejores años de mi vida, los años más creativos y con más energía.

En segundo lugar, obtener de mí el máximo beneficio económico posible, pagando por aprender básicamente cualquier cosa, por irrelevante que fuera.

Y, en tercer lugar, durante todo este proceso, inculcarte las falsas bondades de trabajar para las grandes corporaciones: dinero, prestigio, reconocimiento y otras cosas más.

Después de un tiempo, pensaba que me faltaba algo por estar completo. Claro que sí: un máster en finanzas, y a ser posible en una gran universidad que costara una fortuna y que me garantizara seguir escalando en el mundo corporativo. Eso fue exactamente lo que hice, y tras el máster fui contratado por uno de los bancos de inversión más famosos del mundo.

Obviamente, ganaba mucho dinero, viajaba en business class, era reconocido, pero pronto me di cuenta que era tremendamente infeliz, hasta tal punto de no poder levantarme por las mañanas. Sentía que era parte, bueno, pues, de una secta donde sus miembros habían sido lobotomizados, y la idea de permanecer ahí, pues, básicamente me aterraba. Si me quedaba, sabía que mi alma se marchitaría, y no iba a permitir de ninguna manera que mi futuro dependiera de terceros. Yo tenía que crear mi propia realidad.

Claramente, todos pensaron que estaba loco, pero decidí dejar el mundo corporativo y emprender. Sabía que me iba a enfrentar a grandes desafíos, y existían muchísimas posibilidades de fracaso, pero tenía que cruzar ese túnel, porque volver al redil, opción. No había un plan B.

Emprendí durante más de una década, y lo único que coseché fue fracaso tras fracaso. Estuve en muchas ocasiones muy cerquita del éxito, pero siempre ocurría algo: cambios de regulaciones, eventos internacionales, cambios de mercado, etcétera, etcétera.

Tardé, pero me di cuenta que en el mundo tradicional era casi imposible tener éxito, y entonces decidí entrar en el mundo online. Pues bien, a partir de entonces creé mi página web, obviamente para vender productos, y como no vendía absolutamente nada, comencé a vender en Amazon para, bueno, pues, darle una oportunidad, y ahí es donde ocurrió finalmente la magia.

En 10 años he facturado 40 millones de dólares y sigo vendiendo millones todos los años. Además, he creado una marca personal bastante sólida y una formación con más de 15,000 alumnos de todo el mundo, a través de la cual muchos de ellos ya han conseguido la deseada libertad.

Y, os cuento esto porque sé perfectamente que está habiendo un despertar, un gran despertar. Y muchos de vosotros os habéis dado cuenta ya, de una vez, que os han programado para ser hormiguitas obreras y clientes perpetuos en perpetuidad de las grandes industrias: los bancos, la educación, la alimentaria, la farmacéutica y el entretenimiento. Sé perfectamente que os sentís frustrados, explotados y, sobre todo, os sentís que no pertenecéis, que no pertenecéis a este sistema.

Además, sabéis también que hay algo que no cuadra realmente, que el Estado te miente y que nunca ganas lo suficiente. Pero eso sí, tienes que seguir pagando tus impuestos. Aquellos que habéis despertado os estáis preguntando: ¿qué demonios podéis hacer? Pues bien, lo que podéis hacer es empezar a tomar responsabilidad de vuestras propias vidas y saber —tenéis que saber perfectamente— que nadie, absolutamente nadie, va a venir a salvaros.

La buena noticia es que nunca antes en la historia ha habido tantísimas oportunidades para tomar el control de tu vida y alcanzar la libertad financiera. Lo que tenéis que hacer es crear vuestro propio negocio de forma totalmente independiente, o quizás dentro de una infraestructura que ya exista, algo que ya esté montado.

Estamos viviendo en una era absolutamente única en la historia de la humanidad. Internet ha nivelado, ha aplanado el terreno de juego y ha abierto puertas que antes jamás hubiéramos imaginado que existirían. Y la inteligencia artificial ha elevado a la enésima potencia el poder de Internet. Sam Altman, el CEO de OpenAI, dijo que, con el Internet y con la IA —con las dos cosas juntas habrá empresas de 1,000 millones de dólares llevadas por una sola persona.

Lo que está claro es que hoy en día ya podéis construir un negocio desde cero, sin depender absolutamente de nadie. Podéis generar ingresos que os permitan vivir con verdadera libertad, trabajando desde donde queráis, cuando queráis y con quien queráis. Yo soy un ejemplo vivo de todo esto, con mi negocio de venta de productos en Amazon, mi marca personal y mis formaciones.

Pero mucho ojo, porque la magia de los negocios online hoy en día es que no tienes por qué dedicarte a vender en Amazon, a crear tu propia marca personal y, bueno, pues, empezar a hacer vídeos en YouTube o Instagram.

Puedes dedicarte a un sinfín de negocios, hay un montón. Te puedes dedicar a Shopify, marketing de afiliados, copywriter, closer, setter, trafficker, experto de funnels, diseñador, editor, consultor, programador, growth partner, absolutamente lo que sea.

Cada día hay más trabajos del mundo tradicional que se pueden extrapolar y se pueden llevar al mundo online. Y, por supuesto, impulsaros todavía más con inteligencia artificial para ser mil veces más productivo.

Y aquí es donde hay que estar. Aquí es donde está la magia. Así que, si este vídeo te ha abierto los ojos, no te quedes solamente con la información. Toma acción. Suscríbete, dale like y, si quieres aprender a vender en Amazon como un verdadero profesional, sin cometer errores y en la décima parte del tiempo que yo lo hice, échale un vistazo a mi información justo debajo, en la descripción del vídeo.

Nos vemos en el próximo vídeo. ¡Chao!

Espero que os haya gustado el video, y para todos aquellos que queráis aprender más sobre el mundo de Amazon, os animo a que echéis un vistazo a mis cursos, sin más que decir ¡Muchas gracias y hasta la próxima!

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